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IMAGEN/REFLEJO/VACÍO

 

IMAGEN/REFLEJO/VACÍO

 

Después de uno minutos, el gato comprende que lo que mira en el espejo no existe es una imagen.

En cambio, una persona X que camina junto a la vidriera de una tienda si mira hacia el costado ve su imagen diluida y recuerda que necesita la aprobación de los otros para alimentar su ego. No vamos a entrar a valorar si eso es fragilidad, porque lo es.

Sin duda.

El sujeto se detiene en el acto para extraer su celular y, de inmediato, sonríe.  El aparato hace clic, pero antes de subir la imagen a redes, el fotografiado la revisa. No quiere nada que vaya a generarle juicios peyorativos porque hay que existir correctamente:  peinado, bien vestido, guapo, exitoso o, por lo menos, con algunas joyas encima que representen determinado poder social.

Porque todos sabemos que el gran juzgador es el ojo y que nadie es más inepto que este sentido que todo lo califica a priori. La simpatía hacia una persona no es otra cosa que la aprobación de su fenotipo. A partir de allí recibe determinado trato y las consecuentes oportunidades que recibirá en la vida se condicionan a eso.

Uno se pregunta si el individuo que procede así, borregamente, se hará alguna pregunta sobre sí mismo. Si su proyecto de vida es interior o ha sido impuesto por el sistema.  Si será capaz de leer, de vez en cuando, más allá de la superficie.

Creo que si algo debemos temer es a la imagen porque es el recurso más engañoso y ubicuo. Sobre todo, ahora que la identidad es cajón donde dividimos a la gente según sus particularidades, cómo si las conociéramos.  ¿Qué podemos saber sobre el otro sino el mensaje estándar, prefabricado? Aquello que recibimos viene cargado de intencionalidad para ser aprobado o, bien, para modificar nuestra percepción hasta la pifia.

Dudosa suerte es la de existir porque el otro me avale. Algo de mí ha de estar muriendo cuando, para llenar mi autoestima, necesito el like, la visualización o, tal vez, el piropo y la envidia. Eso nos sugiere una vitalidad intrascendente, cuya rebeldía potencial es cero.

Y entonces, lo que queda es que somos imágenes, percepciones, autoengaño. Porque nada más lindo —dicen— que ver que el mundo se rinde a tus pies porque pareces ser el paradigma. Porque hay grilletes invisibles, tanto así que nadie a la primera va a preguntarse por qué ese sujeto suele actuar acartonadamente o ser tan predecible.

Veía unos días atrás un vídeo que contrastaba los asuntos de la posmodernidad y las tribus con el hecho de que las identidades atrapan y las diferencias, por el contrario, particularizan. No recuerdo quién era, pero de fijo, se basaba en ideas de Lyotard. A eso es lo que voy yo: las aspiraciones del ser son únicas, propias, no repetibles y no necesitan de provocar la inquisición del ojo ajeno.

Que sea idea de vivir en comunidad no sea entonces, un condicionamiento para dejar de ser así:  no normativos, no esquemáticos, no correctos y con un código de barras bajo el cuello y un sello de calidad certificada, impreso en carne vida en alguna parte del cuerpo.

Como ganado.

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